La resistencia en psicoterapia
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Imagina que vas caminando por el bosque y te encuentras un zorro con la pata atrapada en un cepo. Cuando vas a liberarlo, con toda tu buena intención, trata de morderte, tiene miedo, no confía… se resiste. Cuando le tocas la pata donde tiene la herida, le duele terriblemente y se revuelve más, quiere huir… no puede entender que ese sufrimiento no es dañino, sino un paso decidido hacia su liberación.
Está claro que el zorro no se dejará ayudar. Pero, ¿cómo un paciente que acude consulta podría no dejarse ayudar? Las razones son tantas que no cabrían en esta entrada, pero nombraré algunas. Para empezar la persona que inicia el tratamiento, ¿está motivada?, ¿viene por iniciativa propia a consulta o viene empujada por su entorno familiar?. Aun siendo del primer grupo, en muchas ocasiones no se tiene ninguna noción sobre en qué consiste una terapia psicológica, ni el papel del paciente, ni su nivel de implicación en el proceso. Otras veces no se quiere asumir ese papel y se demanda sólo recibir soluciones fáciles y rápidas por parte del terapeuta (las famosas “herramientas”, el equivalente a los psicofármacos de la psiquiatría biomédica, la pastilla-panacea… soluciones rápidas, sencillas, sin esfuerzo, ideales… fantaseadas, en definitiva). Y, por supuesto, están las variables psicológicas subjetivas, los estilos de personalidad del paciente… ¿se piensa a sí mismo, es introspectivo?, ¿está en contacto con su mundo interno, emocional?, ¿qué capacidad tiene en el momento que inicia el tratamiento para enfrentar situaciones traumáticas del pasado, confrontarse consigo mismo en sus actitudes, descubrir y asumir aspectos negados de sí mismo…?
Las resistencias pueden tomar forma en argumentos pretendidamente racionales: el coste del tratamiento, el horario de las sesiones, su frecuencia… O estrategias más emocionales, como reducir el padecimiento (“el tiempo lo cura todo”, “problemas del primer mundo”, “hay padres peores”, “agua pasada no mueve molino”, “hay cosas que es mejor no remover”), apelar a la voluntad (“hay que pasar página”, “esto cuestión de echarle valor”, “si saliera más a tomar el aire…”, “si me organizara mejor…”). Incluso evitaciones más directas: “mi problema es un problema médico” o huidas hacia la salud como “encontrarse perfectamente” de un día para otro, apenas comenzada la terapia, o proclamar “yo me conozco muy bien a mí mismo”, incluso antes de explicar el motivo de su consulta.
Vista desde las resistencias, la terapia parece una tarea titánica. Todo el esfuerzo de adaptación que hemos ido haciendo durante años, a nuestro sistema social/familiar y al mundo en general, nos impide intentar cambiar, nos empeñamos en “seguir tirando”. Aunque el peaje de esa adaptación sea un alto grado de sufrimiento, a veces preferimos lo malo conocido. Porque esta es la forma en la que hemos sobrevivido, de esta manera “estamos bien”.
Trátame el síntoma, quítame este sufrimiento visible superficialmente, pero no te atrevas a bucear en lo profundo, no toques el problema de fondo, no resolvamos lo que hay que resolver… dale un analgésico al zorro, que ya irá tirando con el cepo.
Es tarea del terapeuta identificar las resistencias y no aliarse con ellas, abordarlas y tratarlas, para facilitar su elaboración. La “terapia de las resistencias” es parte fundamental del proceso terapéutico.
Por: Juan Ignacio Muñoz de la Torre – 8 de noviembre de 2022