No me importa lo que piensen los demás

No me importa lo que piensen los demás

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Seguro que lo has escuchado muchas veces. La frase que da título a esta entrada es una frase con la que muchas personas estarían encantadas de identificarse, a veces se erige como un mandato sobre el ser. Sin embargo, puede que en el fondo no esté tan claro… somos seres sociales y por lo tanto sensibles a la mirada del otro. Digamos, más bien, que podemos desarrollar una relativa independencia o una adecuada distancia con la opinión de los demás.

 
Me contaba una amiga que, tras muchos años, por fin ha logrado enfrentarse al reto que le suponía sacarse el carné de conducir, no sin padecer grandes sufrimientos por su elevada ansiedad. Un día cualquiera, un compañero que observaba sus estados de angustia al volante, le había dicho que era una persona frágil. Está opinión le había provocado un auténtico terremoto interno, confrontándola con su inseguridad y sus angustias valorativas. Ella se consideraba sensible, pero no frágil, no débil (término que ella misma relacionó). 
 
Tenemos aquí un buen ejemplo de cuánto puede llegar a afectarnos la opinión de los demás y también de la otra cara de la moneda: una autoestima un tanto dudosa, una autovaloración escasa. Esa sensibilidad a la que se refería es, en el fondo, una gran sensibilidad ante la aceptación/rechazo del otro. Existe un miedo profundo a no valer, a no ser querido, una carencia que muchas veces nos cuesta cubrir a nosotros mismos y esperamos, en vano, que sea completamente cubierta por los demás. Cuando uno se valora más a sí mismo, deja de ser tan dependiente de la opinión del otro (aunque no esté mal tenerla un poco en cuenta, porque puede ser valiosa para conocernos mejor). 
Pero no será más que eso, una opinión, un sentido que se insinúa desde un otro, un reflejo parcial. Al final, lo importante es lo que uno piensa de sí mismo y el sentido que construimos, nadie puede llegar a saber más de ti que tú mismo. 
 
Fragilidad, debilidad, son adjetivos que asustan, porque los tenemos asociados a características invalidantes/rechazables que es precisamente lo que tememos y tratamos de evitar (nótese aquí el efecto del imperativo social: HAY QUE SER FUERTE, tan cuestionable como incuestionado). Pero todos podemos ser frágiles en diferentes momentos y todos tenemos carencias y limitaciones y también podemos desarrollar verdadera fortaleza (que podríamos equiparar con la tranquilidad que nos da el estar en paz con uno mismo)… Es el miedo a ser limitado, que identificamos erróneamente con debilidad, lo que obtura ese desarrollo.
 
Que alguien te diga que eres frágil solo es una débil impresión, que se deriva de un limitado conocimiento de esa persona (sobre sí misma y sobre ti, ya que sólo podemos aspirar a saber más, no a saberlo todo, es un conocimiento limitado por definición). Podríamos decir, por dar también nuestra opinión, pero aceptando la limitación de esta conjetura, que puede que ese compañero confunda la fortaleza con la dureza, que tan a menudo se asienta sobre una insensibilidad emocional, característica psicológica tristemente típica en el rol masculino tradicional. Podríamos hilar fino con el lenguaje, los conceptos y los sentidos psicológicos, y aun así para cada uno esas palabras tendrían matices personales, individuales, subjetivos… observamos aquí un límite en el lenguaje en consonancia con las limitaciones humanas, una falta que no nos queda más remedio que aceptar, pero que al aceptarla nos libera. 
 
¿Podemos aceptar nuestras carencias y limitaciones para llegar a ser fuertes?, ¿Te atreves a construir tú tu propio sentido, sin dejar de observar a los otros, pero sin convertirlos en jueces absolutos?
 

Por: Juan Ignacio Muñoz de la Torre – 10 de diciembre de 2021

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