¿Por qué actuamos de manera violenta?

La agresividad es la respuesta fisiológica y conductual a una activación de la ira, con componentes que pueden ser conscientes e inconscientes.
Generalmente, tiene un fin equivocado, dado que el estímulo, interno o externo, desencadenante de la ira no está al nivel de la respuesta agresiva. Si evolutivamente era necesaria para afrontar un peligro inminente, en una sociedad avanzada como presupone la nuestra dicho peligro o no existe o es más eficaz otro modo de abordarlo.
En el proceso de socialización y maduración el yo no se ha hecho lo suficientemente grande como para abarcar determinados aspectos de la realidad:
- La falta de integración de elementos inconscientes, que tienen que ver con la propia sombra. Aquello que desechamos de nosotros vuelve en forma proyectada, viendo en el otro aquel enemigo que nos atormenta.
- Por otro lado, la experiencia de frustración que supone no alcanzar determinadas expectativas, el no tener la razón, o al menos no recibirla por parte del otro, el no satisfacer deseos a los que se cree tener derecho …., todo ello y mucho más puede disparar la agresividad.
- El sentimiento de debilidad, la propia experiencia de pequeñez no reconocida puede tornarse en lo contrario, una impostura de grandeza.
- Cuando la persona se siente sin salida, puede actuar como un animal acorralado, atacando para defenderse.
- La necesidad de reconocimiento de sí mimo, propio o del grupo, desencadena la búsqueda de un enemigo externo a quien someter, reforzando así una creencia consciente.
Probablemente, todas estas manifestaciones se solapen y deriven del mismo sitio, la escisión de la personalidad y el poco conocimiento y dominio de uno mismo.
Saber interpretarse a uno mismo, conocer aspectos de su personalidad que quizá no se consideren positivos, pero que en realidad no tienen por qué ser negativos, al dar fuerza a la acción y saber canalizar y dar respuestas efectivas es el antídoto.
Por: Manuel González Batres – 28 de enero de 2020