¿Cambia tu forma de ser según el rol que adoptas?

En este mundo en el que nos toca vivir de una manera u otra representamos un rol. Puede que este rol, en el mejor de los casos, responda a nuestra verdadera personalidad. Sentimos que somos un “yo” y le asignamos una serie de características con las que nos identificamos. Somos una identidad. En base a esta identidad actuamos para dar algo de coherencia y cordura a nuestra vida. Eso ya es interpretar un rol.
En el peor de los casos el rol es algo con lo que nos ha tocado vivir. Por ejemplo, nuestra profesión o la pertenencia a un determinado grupo, incluso desde pequeños. A partir de un cierto momento nos empezamos a comportar de acuerdo a lo que se presupone del rol a desempeñar.
En otros casos, nos toca vivir de acuerdo a un “yo” más o menos ficticio, a sabiendas o no. Cuando es a sabiendas quizá mejor. Pero en cualquier caso la situación no es nada halagüeña. Es posible que para evitar confrontaciones y disgustos hayamos aprendido a comportarnos de acuerdo a un supuesto “saber estar”. Aquella canción de Serrat “niño deja de joder con la pelota, eso no se hace eso no se toca”, ha marcado a muchos para dejar de hacer y empezar a comportarse bien. Se crea una identidad supuestamente auténtica pero basada en un rol de “bueno” que se interpreta a la perfección, y ya está, a pasar por el aro.
En nuestra familia adoptamos un rol, en el colegio, en la calle…. Se va construyendo un papel, guionizando un personaje, con el que nos conformamos una imagen mental de nuestro estar en el mundo. También para los otros, con lo que de alguna forma nos hacemos predecibles, saben a qué atenerse con nosotros de acuerdo a lo que desempeñamos. Así, cuando somos alumnos tenemos que desempeñar determinadas obligaciones que corresponden ineludiblemente a este papel. Pero ya dentro del propio papel de alumno, podemos decir que hay subpapeles, como en todo grupo. Por ejemplo, el rol del líder, el del acompañante, el del solitario… En Asterix y Obelix se ve muy ilustrado todo el mundo de los roles, desde la perspectiva de una sociedad y las funciones de sus miembros.
Puede resultar hasta divertido. Y si introducimos unas cuantas preguntas al respecto, mejor aún. ¿Cómo se llega a ser un personaje y no otro? ¿Por capricho del autor? ¿Qué crea la identidad? ¿El rol? ¿Lo que aprendemos imitando o condicionándolo en primera persona? ¿El temperamento innato?
En realidad, estas respuestas están lejos de responderse científicamente de un modo definitivo. Es más, se han hecho estudios que corroboran unas hipótesis en detrimento de otras, pero es que resulta que otros estudios confirman las otras en detrimento de las primeras. Total, que parece que cada cual arrima el ascua a su sardina.
Para subsanar estos problemas, o quizá para otras cosas, hablamos también de interacción, que parece estar superada también en psicología: personalidad=temperamento (innato)+carácter(aprendido). Incluso dentro de la genética podemos hablar también de la epigenética para explicar factores ambientales. Total, que para seguir, volvemos a las preguntas de rigor y que cada cual saque sus conclusiones.
En el delicioso libro de Samer Soufi “Lo que Spielberg le diría a Freud”, nos encontramos en el capítulo 8 un análisis psicológico de la película “Entre pillos anda el juego”, que no sólo nos rememora un rato divertido de ficción sino que nos hace pensar en nuestras preguntas trampa. Dos hombres ya de cierta edad, adinerados ambos, se apuestan qué pasaría si un pobre de repente dirigiera una gran empresa y si un rico cayera en la más absoluta pobreza, incluso despreciado por su novia.
El psicólogo social Zimbardo sometió a un grupo de estudiantes a un experimento que no sólo ha sido todo un clásico, sino que nos pone en la hipótesis del rol de un modo inquietante. Una parte del grupo hacían de guardines, otra parte de presos. Al cabo de tan sólo unos días, era tal el grado de identificación con su nuevo papel en sociedad, que parecían terminar creyéndose lo que hacían, como si de una nueva identidad se tratara.
Otra investigación interesante al respecto es la de Ron Jones . Un profesor de instituto asume el papel de un líder cada vez más autoritario. Se imponía la disciplina, el sentido de pertenencia con un saludo, un carnet… Los alumnos se involucraron de tal manera que llegaron a experimentar en pocos días la pertenencia “real” al grupo, de marcado carácter nazi . Quedó claro que asumir un rol puede llevar incluso a esos extremos.
“Yo soy yo y mis circunstancias” decía Ortega y Gasset. Claro, no sólo nos definimos por lo que pensamos de nosotros mismos, decimos, sentimos hacemos. También nos mostramos en las cosas que nos rodean, en nuestras circunstancias. ¿Incluso en nuestro destino? Jung decía que lo que no se integra vuelve a nosotros en forma de destino. ¿Será así?
¿Podríamos cambiar nuestras circunstancias cambiando el rol? ¿Y si fuésemos capaces de cambiar nuestras realidad exterior, cambiaría el rol? ¿Interpretando otro personaje se modificaría el guión? ¿Cabe la posibilidad de elegir? De hecho, existe una terapia, llamada del “Rol fijo” diseñada por Kelly, que consiste en definir unos roles de personalidad que el paciente debe aplicar sistemáticamente durante dos semanas. Al interpretar un papel como si fuese otra persona, puede empezar a ver su realidad y afrontarla desde otro punto de vista, el del “otro”.
¡Cuántas veces ha pasado que el personaje termina comiéndose a la persona! Por cierto, persona del griego máscara. Lo que los antiguos actores se ponían para interpretar. En la evolución del idioma ahora llamamos persona a lo que en realidad es una máscara, o sea, un rostro que nos ponemos para “actuar” en sociedad.
¿Qué hay detrás de esa máscara o persona? ¿La verdadera personalidad? ¿Es el descubrimiento de esa personalidad lo que nos lleva al verdadero sentido incluso a la felicidad?
Por: Manuel González Batres – 5 de diciembre de 2019