Cómo ser feliz

Sobre el inconsciente ancestral, anterior al nacimiento de la consciencia, la vida se despliega por doquier. Se observa la tendencia la mejora de todos los organismos tanto vivos como inmateriales. Un todo al que podemos llamar universo desde el punto de vista físico e inteligencia universal desde el psicológico. La unión de cualquier miembro con el todo en esas etapas de naturaleza inconsciente es completa.
La génesis de la consciencia individual, la consciencia del yo, a la que podemos llamar ego, supone la expulsión del paraíso terrenal, por tanto la separación de la naturaleza y, al mismo tiempo, el empezar del conocimiento del bien y del mal, las reglas.
Pero todo el mundo natural sigue presente en el ser humano. Queremos llegar a él a través de la magia, de los ritos, del mito. El hombre prehistórico suponía que todos los seres tenían un espíritu. Se dotaba de animismo a cualquier cosa. Era el residuo, la conexión, con esa unidad ya perdida. Era también la manera de sentirnos unidos al todo.
El ser humano controlaba, mediante su consciencia, todo lo que estaba en sus manos. Era capaz de trabajar. Pero se le escapaba lo que era obra del destino, el azar, el devenir de los acontecimientos o la intencionalidad de unos dioses, manera en que se nombraba la manea en que la inteligencia universal se había desplegado.
La magia, el rito, suponía no sólo la manera de conectar con la fuente si no de poder llegar a su voluntad. El ser humano tenía dos ambiciones: hallar explicación al mundo y conseguir un cierto control sobre nuestro destino, al menos sentido. Si la vida humana está inserta en la vida universal no sólo los fenómenos naturales están relacionados con la vida humana sino que, en cierto sentido, los acontecimientos pueden depender del modo que tengamos de pensar sobre ellos.
Es más aunque todo sea una creación de la fantasía, la persona al creer tener un control sobre ciertos hechos puede que en efecto los tenga, porque crea las condiciones necesarias para ello.
Y, con todo, hay que sobrevivir en medio de un entorno inconsciente e instintivo con la fuerza de la razón. Lo que hemos identificado como peligroso para la supervivencia, lo enviamos a la sombra.
La supervivencia implica, por un lado, la pertenencia a un grupo, sin el cual estamos perdidos, a merced del peligro de la selva o de una tribu rival y, por otro, el cuidado, el temor, que suscitan determinados peligros, ante los cuales la mente trata de anticiparse.
La sociedad es una superestructura construida sobre las bases de lo ya existente en la naturaleza. Hay un orden, una jerarquía, una tendencia a la expansión ….. Es como una copia, donde las reglas están escritas. Se nos dice lo que hay que hacer, en lugar de hacerlo de modo espontáneo. Se nos dice tienes que amar, por ejemplo, cuando en realidad eso ya lo hacemos si se nos dan las condiciones. Ahí puede estar lo que la sociedad califica de pernicioso (ejemplo, la agresividad) para lo cual establece unas reglas de convivencia, o lo que uno mismo ve como vulnerabilidad (ejemplo, la ternura), peligros ante los que se posiciona desproporcionadamente.
En lo inconsciente, junto a lo reprimido está también el legado heredado. En ese desconocido se sitúa también la sombra, como arquetipo de lo malo, lo oscuro, lo que no queremos ver de ninguna manera.
Y, como tendemos a la totalidad, a la integración, a la completud, nos va a venir desde fuera, en forma de proyección, viendo en los defectos de determinadas personas cosas que no queremos ver en nosotros mismos, o en la localización de una enfermedad una entender simbólicamente lo que está pasando. Porque nuestro inconsciente quiere resolver el conflicto que nuestra mente consciente no resolvió y por eso reprimió una parte lanzándola a lo oscuro.
Para poder salir “curarnos” hay que escuchar lo que nos dicen los demás en la forma en que nosotros nos vemos en ellos, es decir, qué me dice mi mente de ti que en realidad es de mí. Por supuesto, estar atento a qué nos dicen nuestros acontecimientos repetidos, las sincronicidades, el destino. Escuchar también los síntomas, para entender su mecanismo simbólico. En la acción, llevar a cabo una alquimia con todo lo que hacemos, bien hecho, consciente, sabiendo que nuestra mente se proyecta en la perfección de la forma, liberándola así del ruido del pensamiento. Acción es también cualquier acto ritual que conecte nuestro consciente con el inconsciente individual y colectivo, a través de la fe.
Si la inteligencia universal se ha expandido del modo que lo ha hecho, qué mejor forma de calificarlo como de un acto de amor. El amor, es por tanto, el elemento curativo por excelencia. Al final, cuando decimos que la sociedad es una copia de la organización inconsciente, pretende a través de sus leyes que la gente pueda convivir y para ello apela al buen comportamiento, que sería la exteriorización del amor. El tema es que lo hace desde la imposición, no desde la conexión real con esa fuerza. Cuando alguien se encuentra realmente bien ama porque sí, no porque se lo digan. Entonces conseguir llegar al acto curativo, a la magia, implica la fe, pero siempre con un acto de amor, hacia uno y hacia los demás. No impuesto, eso si, sino sentido, libre, gratuito.
Podemos integrar la sombra proyectada en los demás, en los hechos, en el cuerpo, con un acto de entrega, de amor, hacia uno mismo porque se permite sentir incondicionalmente esos elementos antes reprimidos por calificarlos como malos, reconocer el simbolismo sin querer entenderlo racionalmente, aceptando los opuestos y el conflictos. Y hacia los demás porque ya no vemos en ellos nada que juzgar.
Por: Manuel González Batres – 20 de diciembre de 2019