Todas las emociones, incluso las negativas, tienen un valor y una enseñanza. Si queremos que nuestros hijos desarrollen una inteligencia emocional sana, tenemos que enseñarles a expresarlas y controlarlas de la mejor forma posible. 

 

No hay que reprimir las emociones negativas, sino darles el valor que se merecen y la pertinente cabida dentro de nuestro día a día. En lugar de decir no llores, podemos interesarnos, ayudarles a expresar cómo y por qué se sienten así. Cuando tenemos una emoción desagradable el primer paso es tener conciencia de ella y aceptarla. El segundo es ver como estoy manifestando lo que siento y aprender a regularlo. Es legítimo sentirse enfadados, lo que no lo es, es actuar con violencia, y es lo que debemos enseñarles a modificar, empezando con el ejemplo.

 

Como padres, en lugar de disimular lo que sentimos para evitar que nuestros hijos se entristezcan o enfaden junto a nosotros, debemos tomar estos momentos como una ocasión maravillosa para compartir con ellos una emoción. Parece que debiéramos aparentar ser fuertes para aparecer ante nuestros hijos como superhéroes que todo lo pueden. esto hace que perdamos una grandiosa oportunidad para enseñar a nuestros hijos a gestionar sus emociones. A veces, la vulnerabilidad es mucho más valiosa que cualquier fortaleza.

 

Es en el contexto familiar donde los niños aprenden de sus padres su base de conocimiento emocional, así como la competencia en la identificación y regulación emocional. Los padres, tienen un papel clave en el desarrollo de aptitudes sirviendo de modelo de sus hijos, pues las interacciones emocionales con el cuidador, además de fomentar el desarrollo emocional del niño, influyen en la maduración de las partes del cerebro encargadas de la conciencia y regulación emocional.

 

Muchos estudios han investigado los efectos del estilo de crianza en el desarrollo emocional y el comportamiento de los hijos. El estilo parental cálido se ha asociado fuertemente con la inteligencia emocional, con maneras de afrontamiento más adaptativas y con una mejor salud mental, por lo que se puede deducir que el sentirse estimado, respetado y aceptado favorece la ejecución de conductas adaptativas.

Desde bien pequeños es esencial atender a sus necesidades. Ningún bebé sabe regularse a sí mismo, quien le regula es la persona que realiza los cuidados maternales, que debe tener una inteligencia emocional lo suficientemente desarrollada para atender las necesidades emocionales del niño, su mundo interno, de ponerle nombre y de dar una respuesta diferencial a las distintas necesidades. Esta es la base para la futura autorregulación.

Así, el cerebro del niño va aprendiendo, integrando, dando estructura. Aprendemos a ser resilientes, a regularnos emocionalmente, a atender a nuestras necesidades, y algo muy importante, aprende el sentido corporal de que es digno, valioso, que puede confiar en el mundo.

 

Un cuidador atento a las necesidades va ayudando a que las redes neuronales del niño vayan conectando los estímulos con un significado, a que se organicen los circuitos.

Si el cuidador falla, traiciona o agrede, los circuitos neuronales se van a organizar de otra manera. Si el niño tiene necesidad de un abrazo y la madre dice eres un pesado y lo experimenta muchas veces, va a intentar inhibir esa necesidad, la frena y las redes hacen otro tipo de asociaciones y puede tener consecuencias emocionales de adulto.

 

Por lo tanto, escuchemos con tolerancia sin juzgarlos y respetando sus sentimientos, dejemos que se expresen, abracemos, acompañemos, interesándonos por sus cosas, atendiendo a las señales y demos mucho cariño a nuestros hijos, educándoles en la cultura del esfuerza, con mucha paciencia y tiempo para que aprendan, y por supuesto, aceptando a nuestros hijos tal y como son, haciéndoles sentir amados y valiosos.